No es poco común escuchar, sobre todo en cierta orientación psicológica de índole psicoanalítica referirse a los pacientes con desregulación emocional como personas manipuladoras.

En este artículo vamos a analizar si en realidad es posible que una persona en un momento de desregulación emocional manipule, definiendo la manipulación como una acción planificada para controlar la conducta de los demás.

La desregulación emocional es la dificultad de regular la expresión emocional, manifestándose como una excesiva intensificación de las emociones (hiperactivación) o una inhibición de las mismas (hipoactivación).

Ya Marsha Linehan, creadora de la Terapia Dialéctico Conductual, se refería a la desregulación emocional como “la incapacidad, incluso cuando se lo intenta seriamente, para cambiar o regular las claves, las acciones, las respuestas verbales y no verbales emocionales cuando esto es necesario.”

Si leemos esta definición, nos podemos preguntar, ¿cómo una persona que no puede planificar ni modular sus emociones y acciones puede controlar la conducta de los demás?

En este artículo describiremos lo que sucede a nivel cerebral en una persona con desregulación emocional.

Desde el punto de vista neurobiológico, durante la desregulación emocional hay un “secuestro amigdalino”.

Vamos a ver de qué se trata esto…

En la regulación emocional cumplen especial función el sistema límbico, -sobre todo la amígdala- y la corteza prefrontal. El neocortex y la amígdala son el núcleo de la inteligencia emocional, ayudando a entender las emociones y a gestionarlas. La amígdala en general suele actuar en base a experiencias pasadas. De esta manera, si una persona sufrió constantes abandonos de personas significativas, es probable que luego perciba señales de peligro ante nuevas relaciones.

En una explosión de ira, tejidos del sistema límbico, sobre todo la amígdala (centro de regulación emocional) se activan. Estudios de neuroimágenes demostraron al mismo tiempo, disminución de la actividad en las cortezas prefrontales, que tienen la función reguladora o moderadora del impulso, siendo así la zona de toma de decisiones racionales.

¿Pero, a qué nos referimos con el secuestro de la amígdala?

Normalmente cuando recibimos información sensorial, la misma va al tálamo, de ahí al Neocortex que analiza esa información y luego a la amígdala. Esta última sirve como un filtro de amenazas. Busca estímulos de peligro y cuando los encuentra envía señales a todo el cerebro para protegernos. Se pone en marcha las respuestas automáticas de protección: atacar, huir o paralizarse. Además, ante señales de peligro, se libera Noradrenalina, que nos coloca en estado de activación. De esta manera, cualquier estímulo puede provocarnos una reacción emocional intensa.

Joseph LeDoux, neurocientífico estadounidense que investigó los circuitos de supervivencia, logró demostrar la existencia de vías que transmiten la información sensorial desde el tálamo directamente a la amígdala, sin intervención primaria de los sistemas corticales. De esta manera, antes de que la información llegue al Neocortex y se tome una decisión racional por la intervención de la misma, la amígdala ya ha tomado la decisión. Cuando la amígdala toma el mando, activándose ante señales que percibe como amenazantes, nuestro cerebro emocional toma la reacción. Entonces, sucede que antes de analizar una situación, ya percibimos la misma como amenazante, se nos activa el instinto de supervivencia y reaccionamos.

¡Nos ha secuestrado la amígdala!

Luego, cuando la información llega al Neocortex, nos damos cuenta que hemos actuado de manera desproporcionada.

Entonces, está claro que hablar de manipulación en contexto de desregulación emocional es totalmente contradictorio, ya que para manipular se necesita utilizar toma de decisiones y racionalidad (Neocortex), Sin embargo, una persona con desregulación emocional está bajo el mando de su amígdala, actuando por el instinto de supervivencia.

No es poco común, que tiempo después, al retornar la calma y poder racionalizar (intervención del neocortex) la persona tome dimensión de su sobrerreacción.