Pensar en la responsabilidad afectiva nos lleva a sus orígenes, de la mano de teorías feministas: éstas nos sugieren que no importa qué tipo de vínculo establezcamos con otras personas, de lo que se trata es de considerar el respeto, propio y ajeno, como un faro en cada una de nuestras actuaciones.

Hoy en día, es posible ver cómo “circula” de boca en boca el concepto de responsabilidad afectiva. Hay quienes se oponen a nombrarla de dicha manera, ya que consideran que hablamos de una obviedad. Sin embargo, muchas veces, los conceptos surgen para recordarnos que no hay nada de obvio en el mundo de las relaciones.

La responsabilidad afectiva, expresada de esta manera, surgió para dar cuenta de que las relaciones libres, abiertas o de poliamor, no implican ausencia de valores, sino todo lo contrario. Las personas con las que establecemos vínculos, sean de amistad, de pareja o incluso pasajeros, se merecen respeto.

La responsabilidad afectiva nos convoca a comprender que nuestros actos tienen consecuencias sobre las otras personas, al cuidado mutuo. En definitiva, de ser como nos gustaría que fueran con nosotros.

¿Cómo ser una persona responsable afectivamente?

En términos de emociones, la mayor parte de las personas han sido educadas con cierto “daltonismo”: por ejemplo, está bien mostrar cuando nos sentimos felices pero hay que ocultar cuando las cosas no salen como queremos. “No hay que llorar”, “es de débiles demostrar lo que estás sintiendo” y un sinfín de ideas más, en donde también los sesgos de género hacen lo suyo. Por eso, parece más fácil “tirar bomba de humo” que poner en palabras aquello que nos pasa. En consecuencia, la responsabilidad afectiva queda de lado y es reservada a ciertas personas o en determinadas ocasiones.

Sin embargo, ser responsables, empáticos y asertivos con otros debería ser algo de todos los días. En este sentido, la comunicación casi podría considerarse la “amiga inseparable” de la responsabilidad afectiva.

Algunas formas de lograrlo pueden ser las siguientes:

Sincerarnos con nosotros. Somos incapaces de iniciar o sostener un vínculo porque ese otro nos recuerda a alguien, porque no terminamos de sanar una herida, estamos con otros proyectos y preferimos dedicarle energía a eso, etc. Cualquier motivo es válido. De lo que se trata es de poder reconocerlo y permitírnoslo. De este modo, podremos trabajar y hacer lo que sea necesario para sentirnos mejor y también establecer mejores vínculos cuando llegue el momento.

Hablar, “hacerse cargo”. No es necesario dar muchas explicaciones, sino las suficientes para que la otra persona no tenga que “adivinar” ni darles vuelta al asunto una y otra vez, buscando una respuesta.

Estar con otros no implica tener que satisfacer sus expectativas o responder a ideales. De hecho, parte de la responsabilidad afectiva implica poder dialogar y sincerarse respecto de lo que cada persona busca en ese vínculo. Reconocer los propios deseos y necesidades nos permitirá crear un espacio de cuidado y de libertad, en donde las partes implicadas se sienten cómodas y en donde es posible establecer y respetar límites.

No siempre seremos correspondidos. Es necesario aceptar que una relación puede traernos desilusiones o causar malestar. La responsabilidad afectiva no quiere decir que todos los finales van a ser felices: lo que quiere decir es que habrá claridad en cómo nos comportamos.

Respetarse. También es importante aprender a poner límites, pensar en cuáles son nuestros valores y qué queremos para las relaciones. La responsabilidad afectiva tiene que ponerse en juego entre todas las partes implicadas: así como esperamos que cada quien se haga cargo de sus emociones, también debemos ser capaces de decir “esto no me gusta, esto no me convence, así ya no me siento bien”. Es validar las propias emociones, aquello que se va sintiendo y compartirlo y comunicarlo. De este modo, es posible tener un rol activo, ejercitar nuestro poder de decisión y no caer en la idea –tan cómoda como perjudicial- de que siempre es el otro el culpable.

Desmontar el amor romántico

A su vez, la responsabilidad afectiva viene a echar por tierra determinadas ideas vinculadas al amor: el amor duele y que solo hay que cuidar a quien amamos.

Detrás de estos mitos del amor romántico, se esconden múltiples formas de justificar la violencia, el abuso, la falta de respeto y de asertividad. La responsabilidad afectiva apunta a construir relaciones más igualitarias y simétricas, es una invitación a entender que en las relaciones importan más personas que uno mismo.

Ghosting: el polo opuesto a la responsabilidad afectiva

El ghosting puede considerarse la contracara de la responsabilidad afectiva porque se relaciona con una desaparición súbita, sin explicaciones. De repente, quien “ghostea” desaparece de la faz de la tierra, interrumpe el contacto de modo arbitrario y sin aviso.

Es muy frecuente que el ghosting se materialice en el universo virtual: por ejemplo, eliminar a las personas de las redes sociales, bloquear en el whatsapp. Sin embargo, existe (y afecta) en todos los planos de la vida.

Quien ghostean muchas veces se escudan detrás del “no es para tanto”, “lo va a superar”, “nos conocemos hace poco”. Sin embargo: la incertidumbre tiene consecuencias –en mayor o menor medida- muy dañinas dependiendo de cada historia de vida. La responsabilidad afectiva nos invita entonces a pensar en qué efecto puede causar en la vida de otros el ghosting: algunas personas están haciendo frente a una depresión, otras personas experimentan ansiedad, otras tienen baja autoestima y no dejarán de culparse a sí mismas. Con responsabilidad afectiva, le damos la posibilidad al otro de que entienda qué sucede, de que pueda “hacer un duelo” con un final claro.

En síntesis: la responsabilidad afectiva nos señala que todo vínculo sexo afectivo requiere tener un registro de la otra persona, de respetar y reconocer sus derechos. No se limita a las relaciones de pareja, tampoco es necesario conocerse “de toda la vida”. El deseo puede transformarse en amistad y el interés puede desaparecer. La diferencia la hacemos en el modo en que decidimos comportarnos: SI es una decisión elegir cómo vamos a darle un final a un vínculo y SI es una decisión reconoce al otro como merecedor de respeto.